sábado, 18 de octubre de 2014

La Grande Bellezza, (Cap. 1 Filmes de la Década)


Por: Enrique Dsz
@enrique_dsz 

Paolo Sorrentino lo ha logrado. Ha creado un verdadero superhéroe con el que nos podemos identificar todos los nostálgicos, los que a veces sufrimos de una melancolía extraña que nos ayuda a ver la vida de un sinfín de maneras. Es el superhéroe del cine, un pequeño santo para todos aquellos que renacemos en las obscuras salas de nuestro barrio. Su nombre: Jep Gambardella. Su profesión: vividor ejemplar, depositario de las añoranzas de todo dandy en ciernes o consolidado.

La Grande Bellezza es el testamento que Jep nos escribe, un pequeño legado que deja quizás sin afán de dejar, un acercamiento a lo más valioso de su vida, que el espectador puede tomar si gusta, si es de su más remoto interés.

Para los no interesados, se trata de una visión bizarra y a veces incómoda de un lugar que conocen: Roma. Para los interesados, se trata de un lugar especial, seductor, que confiamos existe, pero no podemos determinarlo con seguridad, ni siquiera con un mapa.

La Roma Sorrentina es también la Roma de Fellini, de Rossellini, de Passolini y de De Sica. Es la ciudad eterna, la ciudad abierta, Mamma Roma. Jep, nuestro héroe juega con ella a sus anchas, toma agua de sus emblemáticos bebederos, camina sobre el adoquín de la Vía Veneto, se detiene a reposar debajo de un mítico pino italiano de piedra. La ciudad esta tan abierta para él como para Marcelo y Anita en la Fontana de Trevi, para Fanny Ardant quien baja de una escalinata, o para Ramona, que se desnuda en un club por las noches y se convierte en las más perfecta de todas las dulcineas contemporáneas.

Nuestra Roma y la del director danzan toda la noche en una terraza, hacen el trenecito que no lleva a ninguna parte y a la vez a cualquiera. Se miran con asombro cuando se abren las puertas de un castillo privado, se reconocen frente a Neptuno, dios del mar y del puerto hacia todas las aventuras, se toman de las manos con Jep y Ramona, nuestro recordatorio de que se puede encontrar amor siempre, no un amor fastuoso y lleno de pretensiones, sino uno íntimo, noble.

Jep se convierte rápidamente en nuestro héroe porque se vuelve nuestra voz y nuestros ojos. Es él, el depositario de nuestros más entrañables deseos, nuestro deseo de bailar, de admirar, de disfrutar y hacerle frente a lo incomprensible, a la partida de algunos, a la partida futura de todos. Jep, un ser luminoso y especial no es intocable frente al dolor, lo siente y mucho. Pero muestra una resiliencia genuina, forjada por sus años, que lo lleva a ver el placer y el placer de tener compañía como el único camino. Jep se mantiene sobre el tren como muchos otros italianos, por su confianza en que los momentos más fortuitos pueden ser los más liberadores.

Roma tiene sus particularidades, sabemos que los departamentos con vista al coliseo son los mejores, que lo importante es saber dónde y qué ordenar para cenar, y lo fundamental: el mejor sastre de la ciudad es Rebecchi, un hombre laborioso. Pero lo que Roma nos puede enseñar a todos, a aquellos que vivimos a miles de kilómetros de distancia, es en creer en la magia, a convivir con ella como si fuese una hermana. La vita en todos lados es un trucco. Jep lo reconfirma frente a un animal gigante, con un amigo sabio que le da una palmadita para seguir adelante.
Todos los héroes dudan, por eso son héroes.

Así que sin más, termino alabándolo: ¡Larga vida a Jep! Guerrero romano que no da marcha atrás, amigo y amante como el más digno de todos los humanos. Ser maravilloso que existe en todos nosotros, ser fascinante en la más fascinante de las ciudades, la que habitamos.


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